Jalabolismo:
El arte de la adulación.
Diógenes Salcedo
@salcedo666
“La función
esencial de la adulación es
alabar a las
personas por las cualidades
que no tienen.” G. K. Chesterton.
Hay un personaje de la fauna social venezolana que
siempre me ha llamado la atención. Me intriga
por lo abundante y por lo básico de su accionar. Se trata de ese espécimen que pulula
alrededor de los poderosos, de los famosos y de los adinerados. Es aquel a
quien anteponen a su nombre el calificativo de “Jalabolas”.
Según
el profesor Alexis Márquez Rodríguez, la palabra “jalabolas” no aparece en el
DRAE, pero sí en el “Diccionario de venezolanismos” (UCV / M. J. Tejera):
“Jalabolas: Adulador”; y en el “Diccionario del habla actual de Venezuela”
(UCAB / Pérez - Núñez): “Jalabola (s): Persona que consecuentemente utiliza la
adulación como medio para obtener sus fines”. El DRAE sí registra “jalador,
ra”, con la marca de venezolanismo y definido como “adulador”.
Existen diversas historias que tratan de explicar el
origen del mencionado término, destacándose aquella relacionada con las
cárceles venezolanas de la primera mitad del siglo XX, pero el profesor Márquez Rodríguez no las da
por seguras, aunque parezcan verosímiles.
Jaletis, jalamecates y chupamedias serían sinónimos,
pero con una menor carga peyorativa.
Esta práctica tan arraigada en nuestra sociedad, ¿se
puede considerar un arte? Probablemente sí, en tanto se entienda como la
disposición y habilidad para hacer algo, especialmente valiéndose de maña o
astucia. Algunos individuos llegan a desarrollar tal destreza que es inevitable
negarles un lugar, al menos, en el podio de las malas artes.
El adulador va siempre en busca de un beneficio de
cualquier índole, y casi siempre obtiene ventajas reales por sus servicios. En
cambio, el adulado casi nunca obtiene un beneficio palpable de tal situación,
más allá de una simple y temporal hinchazón del ego.
Hay mayor sinceridad en el acto de adular que en el de
aceptar la adulación. El adulado duda del elogio pero escoge creer; el
jalabolas adula por puro instinto de conservación.
Por lo tanto, el adulador tiene las cosas más claras
que el adulado, y eso aumenta sus probabilidades de supervivencia. Los
aduladores siempre sobreviven y se reproducen a un ritmo mayor que el de los adulados. La superioridad numérica de los
jalabolas les garantiza su supervivencia.
El adulador apela a sus instintos básicos y acierta en
su elección. El adulador actúa erróneamente movido por sus emociones y un falso
razonamiento.
Jalabolas, esos que alquilan castillos fabricados en
el aire, para inquilinos poderosos que exigen ser engañados; esos que regalan
un mundo ilusorio, sin utilizar drogas, sólo con el vaho que destila de su
conducta rastrera y de su empalagoso verbo.
El adulador siempre será un adulador; aunque llegue a
quedarse con el puesto de su jefe, siempre estará buscando a quien adular. Nada
es más dañino y peligroso que aquel que obtuvo sus galones mediante la
adulación.
Ningún poderoso está libre de esta plaga. Los
jalabolas son un virus que pulula libremente por las venas de la sociedad.
Nadie está vacunado contra un mal que no tiene cura. Jamás nos libraremos de
ellos, nuestra mejor opción es entenderlos. No podemos ignorarlos.
La adulación es como el sexo sin protección: sospechas
que puede hacerte daño pero la aceptas porque te produce un placer
indescriptible.
Para el adulador todo es negociable; incluso su propia
dignidad. La adulación es una actividad voluble e inconstante: cambia de
destinatario con total facilidad. Los principios y las creencias del adulador
son como el agua: se amoldan a cualquier contingencia. La adulación, también,
puede llegar a convertirse en el leitmotiv
para algunos individuos. En tales casos, estamos ante la presencia de la máxima
expresión del arte de la adulación.
Los aduladores no pueden convertirse en cofradías
porque medran a la sombra de su individualismo y egoísmo. Los jalabolas nunca
podrán unirse y formar un gremio porque su genética se los impide. No existirá
jamás una asociación internacional de jalabolas.
Para algunos individuos la mayor carga de su actividad
laboral consiste en adular a su jefe. El jalabolismo es considerado, en
Venezuela, como la actividad laboral de mayor crecimiento en las últimas décadas.
A mayor nivel de degradación de una sociedad, mayores
serán las posibilidades de los aduladores para ascender en el escalafón social.
En estos casos, el hombre probo observa horrorizado como el adulador asciende
sin mérito alguno que lo sustente.
A todos nos cae bien un poco de adulación de vez en
cuando, pero sin exagerar, digo, por
aquello de la hipersensibilidad testicular que también es cierta.